Hace unos meses tuve el privilegio de asistir a un ensayo de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires en el mismo Teatro Colón. Preparaban un programa con un gran director invitado, el maestro Zhang Guoyong. Las tres obras fueron: la Suite China de Yuankai Bao, Concierto para Oboe y Orquesta de Bernd Alois Zimmerman y la Sinfonía Nº3 Opus 44 de Sergei Prokofiev.
Claramente fui testigo de un hecho político. Primero en una especie de desorden controlado empezaron a llegar los músicos. Existen clases sociales dentro una orquesta, hay tribus y castas. Al fondo se encuentran los timbales, la percusión, trompetas, trompas y trombones. Un poco mas adelante las maderas, esa sería la mitad más «plebeya». Se acomodan más cerca del director violines, violas, cellos y contrabajos. A la izquierda los primeros violines y el concertino. Todos ellos se sienten privilegiados (en realidad son). Se saludan distinto, son más solemnes, algunos músicos se ven solitarios. En el barrio del fondo hay más ruido en este momento. Hablan todos. Las vestimentas son distintas. Suenan muchas notas y es un concierto caótico muy agradable. Lo grabé.
Esta sociedad representada por los músicos y sus clases, organizaciones, grupos, tiene un líder con el que están más acostumbrados a trabajar. Este director invitado es un intruso, no habla español, dará instrucciones precisas y estrictas en inglés. El traductor será, lógicamente, el primer violín, el concertino.
Llega, seguramente puntual, al ensayo el primer violín, todos se paran y respetan la jerarquía, en diferentes cantidades de entusiasmo, pero lo hacen. Saluda, y sucede el ritual simbólico que esperaba: saca su instrumento, se levanta y mirando a la orquesta toca el «la» para que los demás músicos se afinen. Un acto de poder fascinante.
El primer violín es el líder incuestionable de la orquesta, es el más cercano y mimado del director. Es normalmente además cercano a las decisiones artísticas de toda la orquesta, y la programación de temporada. Aparte de estar encargado de la afinación, tiene la supervisión de las partes antes de los ensayos con el director. Estoy seguro además que es el que va a cenar con el director invitado en el mejor restaurante de la ciudad. Unos minutos más tarde mientras suenan infinidad de «las» en los instrumentos, llega el director. El concertino después de saludarlo lo presenta con unas palabras introductorias y luego el maestro Guoyong saluda a la orquesta con solemnidad.
En la música escrita no está todo escrito, eso es lo grandioso de este asunto, antes de que aparezca la figura del director de orquesta se las arreglaban con el primer violín que marcaba los inicios y el tempo. Un director debe esculpir el sonido con su personalidad y carácter, entonces la misma obra es distinta con la batuta de otro director. La obra pasa por el lente de esa única persona antes de llegar al público.
Recordé en ese momento el gran filme de Fellini cuando el director dice: «mi trabajo es convertir vino en sangre y pan en carne».
Comienza el ensayo con La Suite China, no hay demasiados sobresaltos, todos saben sus partes, da algunas indicaciones en algunos pasajes muy amablemente. La obra suena oriental, honestamente no me llama la atención.
Cuando ensayaron la segunda obra empezó lo interesante. Primero hacía repetir a las violas una parte que no le convencía la interpretación, luego hacía lo mismo con otras secciones. Todo en ingles que debía ser traducido aunque en otras ocasiones se las arreglaba cantando las partes de la manera que él quería que se ejecutarán. Luego empezó a dar indicaciones a más secciones, los jefes de sección y fila iban intentando traducir a la par del concertino las indicaciones, el murmullo es mayor. Los músicos más alejados empiezan a incomodarse, fagots, flautas, oboes, clarinetes y cornos preguntan. Los del fondo (trompetas, trompas, trombones, timbales) gritan algo que intuyo que significa que no escuchan. Continúan desde el compás 239, luego desde el 78. El director solo grita el número y hace el conteo, luego corrige y sigue sin convencerse ni lograr que entiendan lo que quiere. Tiempo más tarde parece que decide terminar esta pieza, es como si sintiera aceptable la ejecución.
En la tercera obra devino el mayor desorden. Antes de comenzar decidió que las maderas (clarinetes, flautas, fagots, contrafagots, oboes) cambiaran de lugar. Les señaló mas o menos un espacio donde están las violas, es decir más adelante de su lugar habitual. Cambiaron las caras de muchos, imaginen el movimiento de sillas, atriles, partituras que se caen, murmuros y reclamos. Se debe obedecer, es el director, se hace lo que decida. Él no debe consultar a nadie eso.
Esta obra es notoriamente más difícil y trabaja mucho en varias partes de la misma manera. Guoyong tiene un carácter fuerte pero existen directores con un magnetismo y carisma inigualables. Un director trabaja con su cuerpo, pero sobre todo con sus dos brazos, manos y su rostro. Miren atentos alguna vez a Berstein, Von Karajan, Rattle o Chailly. Si conocen la obra, quizás comprendan la transustanciación.
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5 comentarios en “Ensayo de Orquesta.”
lindas fotos! Muy interesante!
Gracias, fue muy lindo
Excelente, me dio ganas de escucharlos!
Gracias Rodo, abrazo.
Los aplausos que se escuchan después de una pieza ejecutada por una orquesta sinfónica son casi infinitos, y de la misma manera el gozo de la audiencia. Sin embargo, nunca me ha parecido posible tanta perfección. Esto me ha llevado a pensar – como músico un poco más crítico – ¿qué hay detrás? ¿cuál es la dinámica de los ensayos? ¿los ensayos incluyen frac? Este artículo responde muchas de mis preguntas, pero despierta algunas otras.